viernes, 25 de mayo de 2007

The planch




Los que me conocen, saben que uso camisas a cuadros.
Los que me conocen bien, saben desde cuándo uso camisas a cuadros.
Y los que me conocen mejor, saben por qué xuxa uso camisas a cuadros.

Esto me salió como el pergamino ese que venden en las ferias de artesanía…”hay hombres que luchan un día y son buenos, hay otros que luchan muchos días y blablablá”.
Emocionante la weá.
Un día le regalé ese pergamino a un amigo (pa su cumple), y el loco hoy es suboficial de la Armada de Chile. Y too el estilo.
Parece que no le anduve achuntando mucho con el regalo.

Oye!!.
La cosa es más o menos así.
El otro día estaba planchando mi camisa a cuadros con un artefacto que además de planchar, moja.
Sip: una plancha que moja.

A veces he estado planchando y abajo -en el suelo- se arma una pocita de agua. Snif.
Mis camisas terminan como si las hubiera metido al agua, pero yo sigo creyendo que es pa planchar la weá.
Así que primero mojo la camisa, y después tengo que plancharla.
Uy, qué triste es mi vida.

La cosa es que el otro día estaba planchando mi camisa a cuadros y las rayas se empezaron a doblar. Wuá.
Eran las “socho” de la mañana, yo tenía que ir a la pega, y la camisa: toooooooooinnnnnnnnkkk, se le estaban doblando las rayas.
Se derretían como si yo estuviera escuchando “El lado oscuro de la luna” de Pink Floyd.
Onda sicodelia, pero en mala.

Quedé plop, con la media propuesta conceptual que se estaba mandando la planchada.
Claro, al final caché que el agua que botaba el aparato hacía que se armaran estos “dibujos” arriba de los cuadros. Uff, salvao.
Onda “veo gente…”. Toooodo el rato (y humito saliendo por la boca).
Susto.

Y eso.

Voy a hacer algo que a una amiga le da mucha risa.
Acá va: el año 1992 pelé el cable con la pintura. Empecé a leer a puros pintores porque creía que esos locos la llevaban (lo peor es que sigo creyendo eso). Y me pegué leyendo sobre Piet Mondrian. Movimiento De Stijl y toa la onda.
Viejo loco que nació en 1872 y se mandó el manso concepto con la ortogonalidad.
Yo vi la luz, y dije –el año 1992 repito- “voy a usar sólo camisas a cuadros desde ahora en adelante”, y que jue.

Y empecé a ver toda la vida con una rayas muy cuáticas. Estaba en el “plan” de Valpo por ejemplo y te juro que veía la weá como con mil millones de fierros por todos lados.
O sea, ¿cómo no voy a rendirle un pequeño homenaje a Piet Mondrian?.
Si el loco cachó el concepto el año de la pera. Igual he empezado a usar camisas de colores lisos y esos días son como “la traición con cuática”. Pero filo, Piet entenderá.

Los pintores la llevan.

Si algún día llego a ser uno de ellos me pego un tiro, y me largo de este país.
O mundo.
Ni sé.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Viv la Franz!!!



Mi hermano es el único hermano que tengo. Una vez le coloqué en un caset que le regalé: “para el mejor hermano que he tenido”. Una talla muy fome pa decirle que lo quería.

Él (mi hermano) es menor que yo, pero se ve mayor. Y cada vez lo siento más como mi verdadero hermano mayor. Rara la weá porque se supone que yo debiera darle consejos y wá. Pero estamos al revés.
Mi compadre está estable en la vida, es profe en la universidad, responsable como él solo, y yo soy el que anda caminando patrás como Maiquel Yácson.
Bien por mi hermano, que en una época le dio por creerse "breikdancer" (se hacía el paso de la cuncuna que te lo encargo).

Bueno, la cosa es que el otro día una amiga (la Beattori, pa que la lean) me dijo: “me gustaron los Berurier Noir”.
¿Y quiénes son ellos?.
Respuesta corta: son un grupo punk francés.
Respuesta larga: Mi hermano un día se fue a Francia, y me trajo ese disco de regalo. Antes de que se fuera le encargué un disco de Francis Cabrel (ese loco que canta “La quiero a morir”, un tema pa cortarse las venas) y le dije -además- que me trajera algo de punk francés.
Oscar (así se llama mi hermano a todo esto). “Oscar -le dije- tráeme una weá extraña desde allá”.
Y apareció con ese disco.

Esas fueron las respuestas corta y larga.
Pero ahora les presento la respuesta nostálgica.
Acá va:
Ese día que mi hermano se fue a Francia, a mi se me revolvió la wata. Eso me pasó cuando vi el avión salir volando, con mi hermano arriba por supuesto. Bueno, no se veía ónde estaba mi hermano porque el avión era del porte de una cucharita de té, y los pasajeros deben haber estado del tamaño de una uña por ejemplo.
Una uña del dedo chico, pero del dedo chico de una guagua recién nacida.

Así se veía el avioncito: chiquitito, y a mi me dolió la wata de saber que el Oscar iba arriba y que la weá se podía caer.
Xuxa!.
No les he contado, pero yo le tengo más miedo que la cresta a los aviones. Si viajara en uno dejaría todo listo y ordenado en mi depto, pa que en caso de morir sepan qué hacer. Lo primero es que en mi funeral pongan música a todo chancho, y lo segundo es que las cuentas bancarias deben hacerlas zumbar. Descargar toda la plata, hasta la plata de la línea de crédito. Tó pa entro no más. Mi vieja es re dura con eso y le da julepe, pero yo le insisto en que DEBE dejar mi cuenta seca.

Yapo. Mi hermano se fue a Francia y cuando estaba allá nos mandó un link de una cámara que hay en la calle y que apuntaba a una plaza. Una plaza de la ciudad onde él estaba y que no recuerdo cómo se llamaba. Entonces nosotros (mis papás y yo) nos conectábamos al link, o sea, a la camarita, y veíamos a mi hermano moverse, o parado en una esquina por ejemplo.
Era muy chistoso todo, y mi mamá se emocionaba como si hubiéramos descubierto el fuego.
La imagen se ve-í-a-a-sí cor-ta-da-y-a-mi-her-ma-no-tam-bi-én-lo-ve-ía-mo-a-sí.

Luego lo veíamos caminar a un teléfono que había ahí y páf, nos llamaba a Chile, pero desde Francia obviamente. Y nos preguntaba si lo habíamos visto y wá.
Lindo ese momento y mis viejos no podían creer el concepto.
Yo me conectaba, a veces, sin que el Oscar me dijera que iba a estar en la placita, y no veía nada más que a puros desconocidos darse vueltas por ahí.
Pero igual poh.

Luego mi hermano volvió a Chile y yo me conecté un par de veces más a la cámara de la plaza. Como de pegao no má que soy.

El día que mi hermano volvió a Chile lo fuimos a buscar al aeropuerto.
Estábamos re felices me acuerdo. De mis papás hablo.
Todos japi.
Si pudiera dibujar ese momento sería así: mi papá, mi mamá, mi hermano y yo con una sonrisa más grande que el avión que tomó el Oscar pa irse a Francia. Como del porte de un cucharón de cocina por ejemplo. La sonrisa.
Ah, y abrazados como si estuviéramos despidiéndonos, pero no poh. Estábamos sentados en ese restorán del aeropuerto que yo encuentro lo máximo.

Esa es la imagen.
Y luego mi hermano nos empieza a dar los regalos (mi hermano trajo regalos a todo esto).
Trajo comida francesa, por ejemplo, en unos tarros grandes en conserva. Una cazuela de faisán y unos porotos raros, ponte tú. A mi me trajo revistas de rock, el disco de Francis Cabrel y a los “Berurier Noir” que son los punketas franceses esos, y que se visten de payaso y hacen recitales en una carpa de circo. Eso le dijeron a mi hermano cuando los compró y pensó que eran ideal pa mi.
Y tenía razón.

Siempre recuerdo ese día (el día en que llegó a Chile) como uno de los momentos más felices de la vida de nosotros. Fue un momento piolísimo.
Quizás le pongo color pero así lo veo yo.

Ni cuando estábamos en navidad abriendo los regalos del viejo pascuero estábamos tan japi.

De todo esto me acordé cuando la Beattori me dijo que le gustaban los Berurier Noir.

También me acordé que nunca le he dicho a mi “hermano-chico-pero-grande” cuánto lo quiero. Y cuánto extraño verlo parado en esa plaza francesa con su mochila al hombro y esperando que nosotros nos conectemos a la camarita.

lunes, 14 de mayo de 2007

Youngsotismo



Cuando yo era pendejo me sacaron una radiografía pa saber mi edad biológica. No tengo idea pa qué xuxa hicieron eso, pero la cosa es que el examen de mi edad biológica dio un resultado alucinante (alucinante pa mi claro está).
Yo debo haber tenido 12 años, pero según lo que decía el resultado mi edad biológica era de un pendejo de 9 o 10 años.
No sé por qué, pero recuerdo haberme tomado la noticia con bastante alegría. Incluso armé teorías de cómo me vería cuando fuera viejo (en esa época “viejo” pa mi era tener 18 años).
La cosa es que con los años esa diferencia, entre la edad que yo vivía y la edad biológica, fue aumentando hasta que ya nadie –salvo mis padres y mi hermano- cachaba qué edad tenía yo realmente.
No fue una etapa que me marcara mucho, ni que yo haya quedado traumado con el concepto, pero recuerdo que cuando tenía 25 años era un poco molesto -a veces- estar demostrando que no tenía 18 años. Sobretodo cuando a esa edad ya estaba dando mis primeros pasos en el trabajo.
De hecho con el tiempo tuve que cambiar hasta mi forma de vestir pa tratar de verme un poco más “adulto”, o serio. Fue la época en que era independiente, y quería dejar de parecer universitario eterno.

Así, hasta que empecé a llegar a edades supuestamente viejas. Como cuando cumplí 30 años no queriendo cumplirlos. O cuando supe que tenía 34 años, pero no sabia por qué.
Y así, hasta hoy.

¿Y por qué me acordé de todo esto?.
Bueno, llevo como 4 días escuchando el mismo tema musical. El grupo es Stereophonics, y el tema se llama “Maybe tomorrow”. Y ando tan pegado que debo haber dejado un forado en el disco de tanto escucharlo. Una y otra vez, por muchas horas. Como por 72 horas escuchando ese tema que me dice algo así como “puta loco, qué bueno que estamos juntos”. Una cosa así, según mi manera de ver las cosas.
He viajado a Valparaíso escuchando el tema, en mi casa cuando me levanto es lo primero que coloco, en el trabajo…xuxa…en todos lados escuchándolo.
El otro día me junté con un amigo y le dije que me perdonara, pero que iba a colocar un tema repetido mil veces. Y ahí coloqué de nuevo a Stereophonics.
Pegao.

Eso es lo que me pasó el sábado pasado cuando me junté con mis ex compañeros. Estuve pegao.
Hubo un cumpleaños de una compañera y no encontró nada mejor que invitar a viejos estandartes de cuando estudiamos diseño en la Universidad. Estoy hablando de gente que se conoció el año 1990. De esos tipos estoy hablando. La caída de carné fue monumental.

Pero estuve pegao, no de ver lo viejos que estábamos, sino de verlos tan bien (de vernos tan bien mejor dicho). Nos veíamos todos tan poco-viejos, y hablando weás que normalmente uno no esperaría hablar con weones de 36 o 38 años.
Nadie habló de guaguas, ni de cómo cambiar los pañales, o del colegio de los niños, o de economía doméstica. Parecíamos solteros de 28 hablando de cualquier wevada.
Como en los viejos tiempos.

Nadie estaba con poncheras vergonzosas, ni canas delatoras, ni calvicies. Nada de eso.
Una amiga una vez me dijo que las carreras de diseño, o arte, rejuvenecían.
Y ese día lo creí más que nunca.

Algun@s de mis compañer@s, incluso, están mejor que antes.
Éramos como un experimento de puros weones viejos, pero jóvenes.

Eso me dejó pegao.
Y me dejó pegao también el saber que vivo una etapa bastante rara.
A esta edad de la vida se me presentó algo que me tiene viviendo, y ganándome los morlacos, gracias a la tecla que siempre toco, la de los jóvenes. Trabajo para, y con, puros weones jóvenes.
No hay caso, pero me siento viviendo en un plano que no es ni acá, ni allá. Todos mis amigos actuales tienen como 10 o 12 años, menos que yo.
Lo peor es que, a pesar de las bromas que me hacen, paso bastante piola junto a ellos.

Siempre ha sido así: juntarme con gente joven, o menor que yo, pero esta es la primera vez en que son mayoría (antes era un poco más mezclada la cosa debo reconocerlo).
Ahora vivo en otro plano, decía.

El sábado era como estar en una peli en donde se juntaban los protagonistas 10 años después.
Pero en el resto de mi vida vivo otra película. En otro lado, con otro director. Otros protagonistas, y con otra banda sonora por supuesto.

Me pasan cosas buenas desde hace un tiempo, y quiero que me sigan pasando.
Como dijo un tipo que ese día estaba en el cumple y que es pareja de otra compañera de universidad. Él tiene 39 años y se ve como un tipo de 27 años, en parte debido a que volvió a estudiar otra carrera a la universidad y se relaciona con puros locos de 18 años. Ese tipo me dijo, mientras se agarraba los pelos de la cabeza, “Vivo una segunda vuelta de tuerca”, y se cagaba de la risa de que nosotros estuviéramos escuchando a Charly García y su viejísimo “Estoy verdeeeee, no me dejan salir…”.

Eso me pasa a mi. No que esté verde, sino que estoy viviendo una segunda vuelta de tuerca que no sospechaba. O quizás la primera vuelta de tuerca en realidad.

Estoy bien.
Manejo mi vida a mi pinta. Vivo como joven, pero con recursos de adulto-fome.

Siento que tomé un barquito que me estaba esperando hace años, y que recién estoy saliendo al mar. Yéndome lentamente a otro lado.
Y despidiéndome de cosas, y personas, que antes me tenían en la tierra. Personas importantes en mi vida que estoy dejando atrás.
Duele un poco eso.
Ahora voy solo, y escuchando “maybe tomorrow”, por ejemplo.

Ese día veía a mis (ex) compañeros desde lejos. Yo en mi barco y ellos en los suyos. Tenía ganas de irme a compartir con mis amigos (los de 25 años). Llamarlos y decirles, ¿chic@s, qué tal un copetito?.

viernes, 4 de mayo de 2007

Y vamos con lo mismo...

Hace un tiempo rayé la papa con la muerte. Pensaba que me iba a morir de un ataque cardíaco por ejemplo. Que iba a salir volando como en las películas (medio transparente), y que iba a ver, todo, desde arriba.
Entonces me veía tirado en mi cama, mientras mi vieja entraba al depto con mi hermano.
La cara de espanto de mi vieja era inmensa (la mía también porque el chiquero que tenía adentro del depto era como pa asustarse).
La dura que tenía ese rayón de papa.

Otro día aluciné con que un weón entraba a mi pieza a matarme. Yo trataba de defenderme, pero no me daba la fuerza. Así que tratando de dialogar con el malhechor (me gusta esa palabra) desperté jadeando. Y descubrí que el proyecto de asesino era el sillín de mi bicicleta.
Uff.
Salvao.

Eso fue hace rato ya.
Pero mucho antes tuve un blog. Mi nombre era Juan Solo, hasta que me quede solo de verdad.
Cosas que pasan.
Ese blog fue groso, pero también fue un cuchillo cocinero, grandote y de mango negro. Como pa cortar carne por ejemplo. En eso se transformó mi blog Juan Solo.

Y como pienso que los cuchillos son peligrosos, decidí hacer lo mismo que le criticaba a otros blogueros: dejé de escribir sin avisarle a nadie.
Huyamos por la izquierda, y me fui callao el loro.
Salí volando, medio transparente, y ahora lo veo desde arriba. A mi blog antiguo me refiero, que era como mi casa, pero en versión ordenada.
Snif.

Luego de eso vino mi etapa de agente secreto.
Salía en las noches disfrazado de Juan Súper Normal, o Juan Súper Bicicletero. Nadie me cachaba eso si, pero esa era la idea. A la vuelta me dedicaba a volar, por la estratósfera del mundo televisivo claro está. Esos weones están más locos que yo, pensaba.

¿Han visto “Locos por el baile”?. Debería llamarse “Sicóticos por el baile”.
Hay demasiada locura ahí.
No sé si solamente yo veía eso, pero estaba en una etapa de descubrir el elemento vital de la televisión. Casi para llegar al hueso mismo del concepto y decirles en la cara, ¡¡¡los descubrí maricones, sé cuál es el secreto de uds!!!.
Y me iba a arrancar con ese pedazo de piedra, color rojo, que se supone que era la poción mágica de la tevé que tenemos hoy.

En esa pega estaba cuando compré a "Wilson", mi mini-televisor de 11 lucas, que me acompañaba a todas partes. Una especie de robot con capacidad para hablar de cualquier estupidez. Televisión y radio a la vez. Wilson parece un marciano pero con perillas negras.
Yo estaba feliz.
Ya no era necesario tener un gato (además que no tengo mucha onda con los gatos). Si me fueran a matar a la casa, por ejemplo, mi gato no haría nada por defenderme. Wilson tampoco, pero por lo menos no se mea en la alfombra.

Bueno, Wilson fue mi compañero de ruta, y por culpa de él se me ocurrió armar otro blog.
Les cuento: un día en la noche el weón de Wilson me dijo claramente en la oreja: "loco, trata de cambiar tu casa".
Wow, pensé, e interpreté sus palabras como "arma la casa de nuevo".
Suavemente.

Así que preparé mi espada, mi escudo y mi capa, y me decidí a armar esto. Otra vez.

Ahora faltaba escribirle algo.
Dediqué horas y horas en pensar cómo le explicaba al resto eso de la piedra mágica que hay adentro del televisor, y que poca gente ve. Eso de cachar que adentro de la cajita idiota están todos recagándose de la risa de nosotros y que salen a almorzar juntos con el sólo propósito de ponerse de acuerdo para el próximo paso.
¿Cómo explicaba eso?. Más difícil que la cresta po.
En eso estaba (craneando), cuando se me ocurre -además- salir de vacaciones e irme a Temuquismo en cleta.
Tenía todo, o casi todo, listo.
Las ganas eran lo que más pesaba adentro de mi bicicleta.
El resto eran: herramientas, ropa, rutas, mapas, repuestos varios, alforjas para cargar las cosas, y una bicicleta nueva. Hermosa, bella.
La mansa mina que tenía pa irme a Temuco.

Al entrenamiento también le apliqué potencia. Mi estado físico mejoró notablemente, junto con mi cara de alegría.
Llegar a mi depto después de andar en cleta era una weá muy grosa. Era como desaparecer del mundo, y volver.
Caminar en el aire, leí un día.
Y eso es: caminar en el aire.

Yo volvía de mi día de trabajo, pa caminar en el aire. Eso.

Si esto fuera una peli acá empezarían a aparecer las letritas del inicio. Yo voy manejando de noche, feliz de avanzar rápido en mi bici-mujer-linda-nueva. Es el 14 de marzo 2007 y se me cruza una camioneta grande, pero que no tiene intermitente al parecer.
Me asusto, freno y siento que choco con un muro de concreto. Un pedazo de cemento grueso y pesado me pega en la cara. Páf.
La cámara me enfoca y empieza a rotar.
El muro es el suelo. Y yo soy un muñeco de trapo que se acaba de sacar las re xuxa en la calle.
1, 2 y 3 segundos en el suelo después del choque. Me paro tan rápido que no me doy cuenta que las luces de mi bici y el bolsito de herramientas están tirados por cualquier parte.
Me interesa más saber si efectivamente se salvaron mis dientes.
Y claro, se salvaron. Estaba intacto, según yo. Soy inmortal, pensé, hasta que me vi un chichón en la cara.
Hasta que me vi las rodillas como papa, y sangrando.
Hasta que me subí a la cleta de nuevo y sentía que los brazos estaban divididos en 10 partes.
Hasta que llegué a la Posta Central.
Hasta que salí del centro medico con el brazo izquierdo enyesado, y el derecho pal pico.
Hasta que no pude mover más los brazos.

Hasta ese momento, yo pensaba que era inmortal.

Y vi mi departamento, no desde arriba. Desde abajo, y sin poder mover nada. Estaba el chiquero tal cual lo había dejado. Todo tirado en el suelo.
Esa noche del accidente dormí con la guía de teléfonos y mi notebook arriba de mi cama. Los había dejado ahí antes del accidente porque "luego los ordenaba" le dije a Wilson, pero a la vuelta ya no tenía la fuerza suficiente ni para sacarme la ropa.

Eso fue como morir, pero en miniatura.

Y tuve que volver a casa de mis padres porque los amigos -que fueron de verdad amigos- no podían estar ayudándome en todo (snif, aprovecho de mandar un saludo a tod@s. Gracias totales chic@s).

Sigo.

Casi sin poder mover los brazos volví a mi ciudad natal, Valparaíso, a casa de mis padres. Veintiún días de licencia con reposo absoluto que se convirtieron en un caldo de cabeza enorme.
Vi tele como condenado. Mucha tele.
El primer día que estuve donde mis padres, por ejemplo, vi el caso de Charly (http://almadormida.blogspot.com/2006/06/jose-carlos-carballo-sale-del_10.html).
Lo mío es una partícula de dolor, o menos que eso, pensé.
Me puse más llorón que la cresta también.

Yo podría estar un año entero sin mover los brazos con tal de no pasar lo que José Carlos Carballo pasaba forever laif.
Me fui en esa volá.

Y en varias más.

Mi declaración de principios televisiva para este blog se quedó en la mitad. El blog también por supuesto.
Todo frenó ese día. Mis vacaciones, mis salidas en bici, mi depto desordenado.

24 días después volví al país de la realidad, a Santiago pa volver a trabajar digo. Nadie sabe que el día que dejé Valpo no quería hacerlo. O sea, un amigo sabe.
Salí de Valparaíso el día 8 de abril. Y no quería hacerlo, repito.

Pero los frenazos sirven digo yo, y una de las primeras cosas que hice, cuando volví, fue ordenar mi depto.
Lo dejé soplado.

Y la segunda cosa que hice cuando volví fue hablar con Wilson, mi fiel compañero.
Le dije: Wilson, yo sé más o menos dónde está la piedra mágica de la tevé, pero ya no me interesa tanto encontrarla pa mostrársela al resto.
Que siga donde está. Yo paso por ahora.
Y así no más fue. Dejé de ver tanta tele como antes. Dejé de levantarme escuchando las noticias y un poco de los matinales, dejé de dormirme viendo el último programa de la noche.
El primer día después de mi nueva vida escuché, en la mañana, un disco entero de Fabiana Cantilo, ese donde sale un tema que se llama "Nada es para siempre". Al día siguiente escuché un especial de punk.

Eso hago ahora. Escuchar rock, que es algo que nunca he podido dejar de escuchar. Rock (clásicos, bandas nuevas, lo que se me ponga por delante) y solo rock.

Y el sábado 28 de abril volví a andar en cleta por primera vez después del porrazo. A velocidad de "abuelo", pero volví.
Y volví a salir pa ver qué pasaba con la ciudad. Me encontré con lugares que no me daba cuenta que existían. Yo pasaba tan rajao en cleta que ni los pescaba.
Escuchando radio llegué también a una "guerra de almohadones" organizado por www.criminal.cl.
Las cosas fluyen. Las energías también.
Dicen.

Ahora que lo pienso bien yo quise tener ese porrazo. No me pasó nada físicamente, absolutamente nada. Todo fue un espejismo.
Adentro se movieron más cosas.

El sábado fue un día luminoso. Tanto como el viernes en donde supe que había quedado seleccionado entre los 100 mejores cuentos de "Santiago en 100 palabras 2005-2006". Había mandado el cuento el año 2005, creo, y no tenía idea que estaba seleccionado desde esa época.
Me gustaba caleta ese cuento en todo caso.

Días luminosos, decía, como el día que desperté escuchando "Who´s Next" de The Who y que me recordó una de mis pelis favorita ("Casi famosos" de Cameron Crowe) quizás por eso me dieron unas ganas raras de llorar. Una weá muy extraña, sobretodo cuando uno está en la ducha.
Pero llorar no de pena, llorar de cachar que esta weá va bien. O que yo la veo bien por lo menos.
Me abrochaba los zapatos en la mañana, y decía: “puta, que piola el día”.


Esta es mi declaración de principios nueva. No vale la pena tanto buscar, a veces, algo pa perder otras cosas, tanto o más, importantes. Wilson entenderá que ya no lo pesco como antes (él habla estupideces, pero entiende perfecto).
Prefiero enfocar la energía en otros puntos.

Estoy más feliz que la cresta de tener mi depto presentable. Estoy más feliz que la cresta de salir a caminar de nuevo.

Un saludo a todos.
Volví Juan Soto 3.0, y les dejo el cuento de regalo. Es de una época en que yo viajaba todos los días Viña-Stgo, Stgo-Viña.
A veces siento que fue hace 50 años, pero no…fue hace poquito no más.

Chau.



”El Espejo”

Todas nuestras caras se reflejaban en el vidrio de las puertas del Metro. En eso estábamos hasta que llegamos a la estación donde el locutor/conductor dijo: “Héroes”. Y ahí estábamos todos reflejados en los espejos de siempre, con las caras de sueño de siempre. “Héroes”, dijo, “combinación línea dos”.

(Seleccionado en “Santiago en 100 palabras: los mejores cuentos III” 2005-2006)